EL autor nos muestra una escena marítima vibrante y dinámica posiblemente de la escuela catalana de finales del siglo XIX. La obra representa un velero pescante en alta mar, captado en pleno movimiento sobre un mar agitado. El artista, seguidor del estilo de Hernández Monjo, demuestra un profundo conocimiento del género marinista, caracterizado por su atención al juego de luces, los reflejos sobre el agua y la atmósfera cambiante del horizonte. La pincelada es suelta pero precisa, especialmente en la espuma de las olas, donde se percibe el ritmo del viento y la tensión de la navegación. El colorido sigue la tradición luminosa de Monjo: predominan los azules grisáceos y los verdes profundos, contrastados con los blancos perlados de las velas y las crestas del oleaje. La luz, posiblemente de un amanecer o de una tarde en calma relativa, envuelve la escena con un aire romántico y evocador. El tratamiento del barco muestra una fidelidad técnica propia de los artistas formados en la observación directa del mar y sus embarcaciones. No hay idealización, sino un realismo poético que transmite tanto la belleza como la dureza de la vida marinera. La influencia de Hernández Monjo se percibe en la composición equilibrada, el dinamismo atmosférico y la búsqueda de una emoción contenida más que de un dramatismo explícito. En conjunto, la obra pertenece a la tradición de la pintura marinista mediterránea del siglo XX, donde el mar no es sólo un motivo natural, sino un símbolo de esfuerzo, belleza y libertad.