La obra se inscribe claramente en la estela estética de Eugène Boudin, uno de los pioneros de la pintura al aire libre y maestro en capturar la atmósfera costera. El seguidor que realiza este cuadro adopta con acierto los rasgos más característicos de Boudin: la ligereza del trazo, la vibración luminosa del cielo y la atención a las escenas cotidianas de ocio burgués a orillas del mar. La luz es el verdadero hilo conductor del cuadro. El cielo, amplio y dominante, presenta las variaciones tonales típicas del maestro francés, desde los azules perlados hasta nubes que parecen disolverse. Esta atmósfera luminosa envuelve la escena y confiere al cuadro una sensación de serenidad y frescura. El mar, apenas insinuado en el horizonte, actúa como un telón que completa la sensación abierta y respirable del conjunto. El pintor de la obra, situada en el Siglo XIX, logra en definitiva, recrear el espíritu de Boudin: la poesía de lo cotidiano, la observación directa del paisaje costero y la captura del instante de modo que, la obra transmite un encanto propio, una mirada sensible hacia la vida en la playa y la relación íntima entre luz, figura y naturaleza.